A los siete años de edad, Shun Zhi 順治, el tercer emperador Qing de Manchuria, era entronizado en Pekín, en la mismísima Ciudad Prohibida que la dinastía Ming se había construido. Su tío, el fiel y leal Dorgon (decimocuarto hijo de Nurhaci) que había asumido la regencia, respondió a la llamada del general de los Ming, Wu Sangui, comandante de las tropas del Norte, y capitaneó las tropas manchúes hasta Pekín en donde entraron sin apenas resistencia.
La lealtad confuciana a la autoridad jerárquica tenía sus límites y el pueblo chino siempre supo que los gobiernos habían de ser escrupulosamente ejemplares. De hecho, las dinastías chinas se fueron sucediendo generalmente por la rebelión popular frente a los gobiernos ineptos, corruptos o abusivos que caracterizaban los periodos de decadencia. En esos periodos, tanto generales rebeldes como guerreros populares se postulaban a una sucesión dinástica que los propios acontecimientos anticipaba. La dinastía Ming daba sus últimas bocanadas y el general Wu Sangui se postulaba desde el poder. Pero tenía sus enemigos.
El guerrero rebelde Li Zichen, que había ya entrado en Pekín, tras la muerte por suicidio del último emperador Ming (Chong Zhen), amenazaba con hacerse con el control del imperio. El general Wu pidió ayuda a los manchúes, y los manchúes de Dorgon se la dieron entrando en Pekín y desalojando a los rebeldes pero, contra lo que esperaba el general Wu, se quedaron en China. 1644: fin de los Ming, fin de las aspiraciones imperiales de Wu Sangui y de Li Zichen, principio de los Qing.

Ilustración de Manolo Prieto
El regente Dorgon gobernó con mano de hierro pero, trataba de ganarse la confianza de los funcionarios chinos, manteniendo a muchos de ellos en puestos de responsabilidad. Sin embargo hizo lo posible por marcar y preservar la diferencia de la nueva clase dirigente prohibiendo los matrimonios mixtos y reservando para ella los cargos de mayor responsabilidad. Humilló a los chinos obligándoles, en forzada manifestación de adhesión, a dejarse crecer la característica coleta manchú. Su regencia duró hasta 1650, año de su fallecimiento y momento en el que el emperador, con 13 años de edad, asumió el gobierno del imperio.
El emperador Shun Zhi, devoto budista tibetano, fomentó y favoreció la expansión del budismo mostrándose, sin embargo, también tolerante con los misioneros europeos que predicaban el cristianismo. Enamorado perdidamente de una de sus concubinas, murió a los 22 años, al parecer de viruela, tras una fuerte depresión que le tuvo cerca del suicidio por la inesperada muerte de su amada. Emperador sensible, se aproximó respetuosamente a la cultura china intentando trascender, a pesar de la brevedad de su reinado, el espíritu militarista heredado de sus predecesores.
Le sucedió su hijo Kang Xi, de siete años de edad, que reinó hasta su mayoría de edad bajo la tutoría de cuatro regentes cuya política fue más continuista con la dureza de Dorgon que con la tolerancia y apertura hacia las costumbres de los chinos de Shun Zhi.
Kang Xi 康熙 (1654-1722), fue el cuarto emperador de la dinastía Qing y segundo entre los que reinaron en China. Su reinado (1662-1722) duró 60 años, el más prolongado de la historia de China, y fue fecundo tanto por su consolidación militar y geográfica como por los avances técnicos y artísticos. En 1667, cumpliendo 13 años y pese a la oposición de sus regentes, asumió la responsabilidad de gobierno cuya tendencia de acercamiento a los chinos y a su cultura se iba a parecer más a la de su padre que a la de los regentes.
Amaba las tradiciones chinas y era un gran partidario de la ética confuciana, él mismo era calígrafo y pintor. Por otra parte, gustaba de mantenerse informado de los adelantos técnicos y científicos que muchas veces los misioneros europeos, sobre todo jesuitas, comunicaban directamente a la corte.
Al igual que su padre mostró una abierta tolerancia a la presencia de los misioneros cristianos que, además de ejercitar libremente su apostolado, le servían de vehículo para conocer los avances de la civilización de Occidente. Los jesuitas supieron ver con respeto y admiración la compleja profundidad del pensamiento chino y, ahondando en él, trataron de vislumbrar vías de confluencia e identificación entre las creencias de Oriente y Occidente.
Otras congregaciones de misioneros (franciscanos, dominicos…) tenían una visión más conservadora que chocaba frontalmente con la de los jesuitas. El propio Vaticano tomó cartas en el asunto y tras enviar una comisión de estudio se posicionó radicalmente en contra de la vía abierta por los jesuitas. El memorándum elaborado por el papa Clemente XI resultó ofensivo a los ojos de Kang Xi que en 1721 prohibió las actividades de evangelización cristiana en China, malográndose definitivamente una oportunidad histórica de entendimiento.
A este respecto, quisimos ver en la presencia, que no creo casual, de unos hexagramas chinos de alto contenido simbólico en la Basílica del Pilar de Zaragoza (ver entrada ‘Sangre y agua. I Ching y el Pilar de Zaragoza’) una constatación de este profundo y ejemplar, aunque anecdótico, acercamiento interrumpido por la intransigencia papal.
El respeto de Kang Xi por la historia de China y su deseo de acercamiento le llevó a encargar una compilación de las aportaciones de la dinastía Ming, de la que se sentía digno sucesor. Igualmente hizo publicar una gran enciclopedia de Historia, el Diccionario Kangxi, y una amplia recopilación de la poesía de la época de la dinastía Tang, entre otras contribuciones. Promovió talleres para la creación artística de pinturas, cerámicas y objetos decorativos. En su corte estuvo el jesuita italiano Giuseppe Castiglioni que destacaba por su maestría tanto en la pintura tradicional china como en la pintura occidental.
No sólo cultura. Durante su largo mandato continuaron los avances militares que requería la consolidación de la dinastía en el imperio chino. Tras la mencionada toma de Pekín, que supuso la entronización dinástica en la persona de su padre Shun Zhi, el general Wu Sangui continuó dedicando largos años de su vida a terminar de someter a los Ming que, con la llegada de los Qing, se habían reorganizado en focos de resistencia que los manchúes tuvieron que repeler con el apoyo de los ejércitos chinos del Sur, favorables a los Qing porque veían en ellos el instrumento para poner fin al caótico imperio de los Ming. Sin embargo, llegado el momento oportuno y tras paciente espera, Wu Sangui, con las tropas chinas del Sur, plantó cara a la dinastía invasora (Guerra de los Tres Feudos), pero fue derrotado.
Aplastada la rebelión de Wu y la resistencia Ming, los Qing, en 1683, se anexionaron la isla de Taiwán en donde habían quedado acantonadas fuerzas de hostigamiento Ming. El reinado de Kang Xi expandió ampliamente las fronteras del imperio; aparte de la mencionada anexión de Taiwán, China se extendió por el norte derrotando a los mongoles occidentales y orientales y pactando fronteras con Rusia (Tratado de Nerchinsk, 1689). El imperio chino nunca había alcanzado tales dimensiones.
Sin embargo, tanto los conflictos bélicos que hubo que sostener para consolidar la dinastía, como sus aspiraciones de expansión territorial fueron una importante sangría económica que limitó el desarrollo y bienestar del pueblo.
Kang Xi falleció en 1722 y le sucedió en el trono su hijo Yong Zheng.
José Antonio Giménez Mas
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Besos!
Gracias, Mina. Tu opinión es muy estimulante. Un abrazo.
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