“Hilo de luz”, “luminosa descendencia”, algo así significa el nombre con que Ci Xi quiso que reinara su sobrino, tal vez intentando validar una decisión sucesoria cuando menos discutible.
De hecho, la misma fórmula de adopción se podría haber aplicado a favor de una regencia a cargo de Alute, la Emperatriz Viuda de Tong Zhi, pero nadie vio en ella dotes de gobierno, nadie quiso arriesgar. Dicen que Alute se dejó morir como gesto de protesta.
Guang Xu 光緒 (1873-1908), convertido en hijo póstumo de Xiang Feng por la adopción de sus emperatrices viudas, se convierte en el nuevo emperador. Su corta edad garantizaba una nueva y larga regencia, desde 1875 hasta 1889, segunda regencia de las emperatrices viudas. Reaparece el biombo en las audiencias; el emperador niño ocupa el trono, las regentes gobiernan.
Se mantiene el reparto de funciones, Ci An le da refugio y amor de madre, Ci Xi, al tiempo que ejerce las labores de gobierno, dirige su educación. Nombra tutor a Weng, el mismo maestro de Tong Zhi, de claro tinte conservador y que fundamentó su enseñanza en el conocimiento de los clásicos, la caligrafía, la poesía y la ética confuciana; a pesar de los nuevos tiempos, nada de modernidad. El papel masculino de Ci Xi era tan marcado que el emperador la llamaba ‘mi real padre’ aunque dicen que ella hubiera preferido la de ‘mi querido papaíto’, ternura a la que no parece se hiciera acreedora y que compensaba con creces Ci An.
Guang Xu era buen estudiante y aprovechaba bien las enseñanzas de su maestro. Sin embargo era un niño retraído, inseguro, sin habilidades sociales y que rechazaba el juego y cualquier cosa que considerara lúdica. Contaba ocho años cuando falleció Ci An, al parecer de hemorragia cerebral, dejando al emperador niño sin su referencia materna y sumido en profundo duelo. El papel de puente que Ci An desempeñaba entre Ci Xi y el pequeño emperador se resintió y desde entonces las relaciones entre ambos fueron más tensas. Todo hace pensar que Ci Xi se dolió sinceramente por la pérdida, al menos así lo quiso demostrar ampliando el periodo oficial de luto y dedicándole homenajes incluso por encima del rango que le correspondía. Ésta es otra muerte en la que la historia quiso ver, sin evidencia, la mano de Ci Xi.
Ci Xi, si bien admiraba profundamente la milenaria tradición de su país, entendía que la modernidad que trataba de imponer Occidente era incontestable, no solo por la fuerza de las armas, con las que ya se había medido, sino porque, tras recabar amplia información, estaba convencida de que aportarían mejoras a su pueblo. El principal problema lo tenía dentro, en los frentes conservadores que le dificultaban cualquier movimiento y que le imponían una gestión lenta y cautelosa. China anda despacio, decía.
El príncipe Chun, padre biológico del emperador, de tendencia política conservadora y beligerante con las potencias europeas fue apartado de todos sus cargos por incompatibilidad; desde la ética confuciana no se podía ser padre y al mismo tiempo súbdito. Ci Xi se quitaba así a un duro enemigo, opositor en su acción política, y vengaba un desagradable incidente que, aunque remoto, había dejado una huella de profundo dolor en su corazón. Chun, en connivencia con Ci An, había ordenado matar a su eunuco predilecto (o algo más). Fue la única ocasión conocida de distanciamiento de ambas emperatrices. Con el tiempo, convertido a su causa, Chun fue un fiel colaborador de Ci Xi.
Los nuevos tiempos imponían un ritmo frenético. La modernidad encadenaba reformas, una tras otra, a una velocidad que estaba muy por encima de la lenta y parsimoniosa cadencia con que Ci Xi las hubiera deseado. La primera reforma, sin duda imprescindible, llamaba a las armas. China no era un pueblo belicoso; sus conflictos fronterizos estuvieron siempre en el difícil equilibrio entre la diplomacia y el enfrentamiento, sin destacables afanes imperialistas y en la búsqueda de acuerdos satisfactorios. Por otra parte, el mar no había sido lugar para la guerra sino para el comercio con lo que cualquier enfrentamiento en su flanco marítimo del Este estaba llamado al desastre, así lo había sido ya en las pasadas guerras del opio.
Las relaciones internacionales seguían siendo tensas y la inversión militar prioritaria. Sin embargo, la mayoría de los conflictos, con Rusia, Francia y Gran Bretaña, fueron resueltos con diplomacia y con ganancias bilaterales. Excepcionalmente, con Francia (1884-1885) hubo conflicto armado pero sólo para contener la integridad de la frontera con Vietnam, un estado vasallo invadido y a través del cual peligraba el suelo chino.
Pero sobre todo se imponía reforzar sus defensas navales, casi inexistentes, con el objetivo, ya urgente, de plantar cara a la imperialista actitud del Japón del emperador Meiji, que en pocos años habría logrado equiparase a las potencias occidentales y que ya en 1870 había invadido las islas Ryukyu, un estado vasallo por el que China no quiso entrar en conflicto bélico. Sin embargo sí lo hizo cuando Japón intentó invadir Taiwan de cuyo enfrentamiento China salió victoriosa.
Los estados vasallos eran pequeños países independientes que, sin embargo, reconocían la autoridad del emperador chino, pagaban impuestos y debían someter a la autoridad china determinados nombramientos gubernamentales. A cambio, China les daba protección, si era solicitada, tanto en los conflictos internos como externos. Estados vasallos fueron Corea, Vietnam, Nepal, Birmania, Laos, y las mencionadas Islas Ryukyu. Ci Xi no estaba dispuesta a ceder territorios pero su manifiesta inferioridad se hizo patente en la casi ausente protección debida a sus estados vasallos, primero las islas Ryukyu con Japón, después Vietnam con Francia.
En otro orden de cosas, a los primeros desafíos de la modernidad como el telégrafo, el teléfono, la minería y el ferrocarril se van a suceder, a un ritmo desaforado, otros como el servicio de correos con la emisión de los primeros sellos, la electricidad, la reforma monetaria con la acuñación de nuevas monedas que sustituirán a los lingotes de plata… Ci Xi vive en la contradicción, desea avanzar en la modernidad pero no tan deprisa. La minería y el ferrocarril seguían siendo fuentes de resistencia entre los conservadores. Ahora se añadía la reforma textil que amenazaba la tradicional industria de la seda de gran valor económico y sentimental ya que empleaba a muchas mujeres a lo largo y ancho del imperio. Ci Xi misma, a pesar sus nobles orígenes, había trabajado en la industria de la seda durante su juventud para afrontar una coyuntura económica desfavorable de su familia.
Los años 1876-1878 serán años de desastres naturales con grandes inundaciones y prolongadas sequías, hambruna, enfermedades y muertes. La modernización se mide ya en acciones dirigidas a proteger a su gente y entre sus prioridades estuvo la importación de alimentos para lo que hubo que pedir préstamos a los países extranjeros.
En estos años, Ci Xi se gana el respeto del mundo occidental tanto por sus avances técnicos como económicos que en buena parte procedían del pago de aranceles, producto de una provechosa política aduanera.
Sorprendentemente, en 1886, el tutor Weng informa que el emperador, con 15 años de edad, ha alcanzado conocimientos y madurez suficiente para gobernar. Aunque Ci Xi anuncia su retirada, la nobleza presiona, tanto sobre ella como sobre el emperador, para que la regencia sea prolongada. El emperador acaba por ceder a las presiones con gran disgusto, tristeza y depresión que manifestó en el abandono de sus estudios, episodios de ira y empeoramiento de su frágil estado de salud.
Ya con 17 años casa, contra su voluntad, con la mujer que Ci Xi le ha elegido, la emperatriz Longyu, tímida, bien educada e hija de su hermano y por tanto también sobrina. Dos concubinas, Perla y Jade, harían más dulce su intimidad, especialmente la primera con la que parece que congenió. Una vez casado, el momento de gobernar se hizo ya inaplazable.
Ci Xi anuncia su retirada, ya con ganas de descansar, distanciarse de la política y profundizar en habilidades e inquietudes lúdicas como pintura, caligrafía, poesía, música, teatro, Ópera de Pekín, apartadas desde hacía tiempo por sus responsabilidades políticas, y sobre todo retomar su viejo y querido proyecto de reconstruir el Palacio de Verano en lo que encontró el apoyo del emperador.
Contra todo pronóstico, porque las cosas iban bien para China con la política de acercamiento a Occidente, Guang Xu, influido por su maestro Weng, que se convertiría en su referencia más próxima, reorienta su gobierno hacia el conservadurismo y la erudición de los clásicos, gobernando ajeno a las tensiones del entorno y abandonando los programas de reforma que su madre había iniciado, entre ellas la modernización de los ejércitos. Progresivamente se distancia de ella, ocultándole información sensible, aunque no ceja en sus obligaciones rituales como las visitas y encuentros más o menos protocolarios.
1894. Una revuelta campesina en Corea se convierte en la excusa perfecta. Corea, como estado vasallo de China, pide ayuda a la metrópoli que responde enviando tropas. Lo mismo hace Japón que se persona a defender sus intereses. El enfrentamiento está servido, será la Guerra Sino-japonesa, la primera de ellas, un conflicto de enorme repercusión que activará nuevamente la presencia temporal de Ci Xi en unas responsabilidades de las que parecía haberse retirado.
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